Jerusalén celeste

Investigaciones apocalípticas

11. Sobre la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María de Fátima

Esta es la cuestión: ¿hubo auténtica consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María el 25 de marzo de 2022, presidida en Roma por Francisco en unión con todos los obispos de la Iglesia católica, cumpliéndose estrictamente las condiciones de Nuestra Señora de Fátima? Unos dicen que sí, a pesar de los defectos; otros, que no, porque fue hasta masónica y sacrílega. Por otro lado, no parece que todos los obispos, sea cual fuere la razón, se involucraron.

Más allá de los detalles discutibles de la redacción del texto eclesial para la consagración, peculiares del estilo de Jorge Mario Bergoglio, y también más allá de las intenciones, me parece que hay otra cuestión no menos importante: ¿por qué Francisco tuvo la asombrosa facilidad para realizarla, sin ninguna restricción, amenaza ni hostilidad del mundo ni de la Iglesia? En otras palabras, ¿por qué los papas anteriores, los que debían llevarla a cabo desde que fue conocido el Segundo Secreto de Fátima, no pudieron o no quisieron hacerla con todas las condiciones?

A Juan Pablo II le faltó la sencilla, explícita y exclusiva mención del nombre de Rusia. Encontró serias dificultades e incluso temores, a juzgar por el testimonio del exorcista Gabriele Amorth. El 7 de junio de 1981, solemnidad de Pentecostés, la consagración fue en particular para «aquellos cuya entrega Tú esperas de modo especial»; el 25 de marzo de 1984, solemnidad de la Anunciación, fue para «aquellos hombres y aquellas naciones». Con base en que sor Lucía, en una carta del 8 de noviembre de 1989, estimó como válida esta última consagración del papa, la observación del monseñor Tarcisio Bertone de que «toda discusión, así como cualquier otra petición ulterior, carecen de fundamento» me suena dudosa, por no decir escrupulosa.

Si fuera cierto que «cualquier otra petición ulterior» carecía de fundamento, ¿por qué con Francisco se volvió al asunto? ¿No se demostró con él que el caso de Fátima no se había cerrado? Que él mismo haya podido hacer la consagración sin obstáculos hasta pronunciar sin sobresaltos el nombre de Rusia me parece un indicio llamativo. Alguno podría argumentar así: Francisco no tuvo ninguna oposición porque no solo es un antipapa, sino porque es amigable con el mundo, hasta con la llamada Iglesia del Nuevo Paradigma. De este modo, la presunta consagración habría sido un acto más político que religioso, como para guardar las apariencias y complacer, dada la tensa situación entre Rusia y Ucrania, los ruegos de cierto sector de la Iglesia. Hasta uno estaría tentado de opinar que si Benedicto XVI la hubiera querido promover con fidelidad antes de ser apartado del ministerio papal, no se le habría permitido ni tolerado.

No sobra reconocer que la urgencia de la consagración con arreglo a la petición de la Virgen era intrínsecamente para repeler o neutralizar la influencia maligna de Satanás en el mundo y en la Iglesia. En el fondo, se trata de una especie de exorcismo en medio de una guerra sobrenatural y espiritual entre el reino del dragón y el Reino de María. ¿Acaso los exorcistas no exigen saber el nombre verdadero del demonio que aflige al atormentado con el fin de poder expulsarlo con eficacia? Desde luego, para consagrar a un país, así como a una persona, se debería decir el nombre propio, no uno genérico e indirecto.

Pero considero que hay otra cuestión acuciante: ¿fue oportuno el acto de la consagración de Francisco conforme al texto del Segundo Secreto de Fátima? En 1931, sor Lucía recibió este mensaje del Señor Jesús: «No han querido hacerme caso. Como sucedió con el Rey de Francia, se arrepentirán y la harán, pero ya será tarde. Rusia habrá esparcido sus errores por el mundo y provocado guerras y persecuciones a la Iglesia; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho». Esto tiene claras resonancias con un fragmento del Segundo Secreto, mensaje comunicado por la Virgen el 13 de julio de 1917 y redactado por sor Lucía para el obispo de Leiria-Fátima el 31 de agosto de 1941. La Segunda Guerra Mundial no se pudo evitar durante el pontificado de Pío XI, porque no se atendió cabalmente a la petición de la Señora: «Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión reparadora de los Primeros Sábados». La profecía sigue pendiente, pues luego condiciona la Reina de los profetas: «Si se atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán destruidas». Por último, descrito este drama, promete la Virgen: «Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz».

Hay cuatro aspectos comunes que se reiteran en los dos mensajes y que se han realizado, si tenemos en cuenta que ocurrió, por ejemplo, la sangrienta Guerra Civil Española entre los años 1936 y 1939:

  1. La propagación de los errores de Rusia por el mundo. El comunismo y sus consecuencias en los ámbitos político, económico y moral.
  2. Su provocación de las guerras. La historia de las guerrillas en Hispanoamérica y en otros continentes.
  3. Sus persecuciones a la Iglesia, hasta los martirios.
  4. El gran sufrimiento del Santo Padre.

En el mensaje del Segundo Secreto se agrega otro aspecto: «varias naciones serán destruidas», lo que es comprobable con los efectos devastadores de la Segunda Guerra Mundial. Valga reparar en que el Señor Jesús usa el futuro compuesto perfecto en 1931: Rusia habrá esparcido sus errores, habrá provocado guerras y persecuciones a la Iglesia, cuando se haga la consagración. En cambio, la Señora María, esperando que se haga la consagración con diligencia, usa el futuro simple en 1917: Rusia esparcirá sus errores por el mundo, «promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia». La diferencia es notable: con la solicitud de María se entiende que había tiempo; con el lamento de Jesús, que se perdió el tiempo.

Con todo, estos cuatro aspectos comunes entre los dos mensajes no me parecen superados: todavía, aunque con algunos matices, son tan actuales que incluso pueden empeorar. La ideología atea y satánica del comunismo, culturalmente hablando, ha continuado favoreciendo la rebelión contra la Ley de Dios en el Occidente liberal y además el incremento de la apostasía. Aparte de haber martirios en la China comunista, se está provocando una guerra nuclear con Rusia, lo que ya temía Juan Pablo II en 1984. Es evidente que la presunta consagración de Francisco no fue oportuna sino tardía.

Aquí piso el terreno de las hipótesis: si Francisco es un antipapa según diversos estudios, entre ellos el examen de la abogada Estefanía Acosta y la persistente investigación del periodista italiano Andrea Cionci, el «Santo Padre» del Segundo Secreto de Fátima solo puede ser, en la perspectiva de hoy, Benedicto XVI, el papa reinante, el papa orante. ¿No es él quien está sufriendo tanto con la sede impedida como con la situación crítica de la Iglesia? Si desde su capilla privada, viendo la insólita «ventana de oportunidad», se inmiscuyó a distancia, con su fiel intención católica, en aquel acto litúrgico y solemne del 25 de marzo de 2022, cuya singularidad, por fin, fue la referencia expresa del nombre de Rusia, a pesar de los pasajes textuales problemáticos, que serían como hojarascas, y con el complemento de estar espiritualmente presentes, si no todos, la inmensa mayoría de los obispos —entre los cuales se contaría, mal de su grado, el mismo Jorge Mario Bergoglio—, es posible que la consagración, por extraña que parezca, haya sido válida. No perfecta, pero al menos aceptable.

Así, precisamente porque Benedicto XVI es todavía el papa viviente, la única y verdadera cabeza de la Iglesia católica —no demasiado visible, de acuerdo, pero cuya oración, aunque solitaria, es la de mayor autoridad por encima de las voces discrepantes—, en el corto plazo deberíamos esperar el triunfo del Corazón Inmaculado de María, que depende de la premisa de la consagración de Rusia, país que se ha de convertir —entendiendo por conversión en el sentido católico—, y que implica «algún tiempo de paz». Nada quita, entre la escaramuza y el guirigay, que Benedicto XVI haya podido ser manso como una paloma pero astuto como una serpiente. ¿Dios no obra de formas misteriosas, obteniendo bienes de los males? Bastaría que los tres requisitos esenciales se hayan ejecutado, como observa el padre Javier Olivera Ravasi: 1) el uso de la palabra consagración; 2) la mención especial de Rusia; 3) la invocación dirigida al Inmaculado Corazón de la Virgen.

De algún modo —tal vez gracias al impacto añadido del Aviso de Garabandal— sucederá dicho triunfo, un acontecimiento grandioso según promete la Señora, consistente principalmente en la conversión de Rusia, como también en la consolidación del Reino de María contra el rencoroso reino del dragón (cf. Ap 12, 12), mucho más que en la paz temporal o mundana, pero recordemos la advertencia del Señor a sor Lucía: «ya será tarde». Hemos de atenernos a las consecuencias. Los mismos cuatro aspectos comunes señalados, como si fueran cuatro flagelos, se habrían de repetir y agravar, aunque quizá las plegarias de los justos atenúen la fuerza del mal.

Mi sospecha es que el «tiempo de paz» —en el que podría estar el Anticristo, el pacificador— sobrevenga después de que «varias naciones serán destruidas». Quedaría faltando, por supuesto, el cumplimiento del Tercer Secreto de Fátima, que en otros lugares he interpretado como una imagen de la abominación de la desolación (cf. Ap 17, 16-17) y que tiene que ver, amplificando un aspecto del Segundo Secreto, con las persecuciones a la Iglesia.